El guerrero de la luz siempre procura mejorar.
Cada golpe de su espada lleva tras de sí siglos de sabiduría y meditación. Cada golpe debe tener la fuerza, la habilidad de todos los guerreros del pasado, que aún hoy continúan bendiciendo la lucha. Cada movimiento en el combate honra los movimientos que las generaciones anteriores intentaron transmitir a través de la Tradición.
El guerrero desarrolla la belleza de sus golpes, pese a comportarse como un niño.
La gente se sorprende, pues olvidó que un niño tiene que divertirse, saltar, ser un poco irreverente, hacer preguntas inconvenientes e inmaduras, y decir tonterías.
La gente se sorprende, pues olvidó que un niño tiene que divertirse, saltar, ser un poco irreverente, hacer preguntas inconvenientes e inmaduras, y decir tonterías.
Y dicen, horrorizados: "¿ése es el camino espiritual? ¡Pero si es un inmaduro!”
El guerrero se llena de orgullo con este comentario. Y se mantiene en contacto con Dios, a través de su inocencia y alegría. Actúa así porque al principio de su combate, se dijo a sí mismo:
“Tengo sueños.”
Al cabo de unos años, se da cuenta de que es posible llegar adonde quiere. Sabe que será recompensado.
En este momento, la gran alegría que animaba su corazón desaparece. Porque mientras iba caminando, conoció la infelicidad ajena, la soledad, las frustraciones que acompañan a gran parte de la humanidad. El guerrero de la luz piensa entonces que no merece lo que está recibiendo.
En este momento, la gran alegría que animaba su corazón desaparece. Porque mientras iba caminando, conoció la infelicidad ajena, la soledad, las frustraciones que acompañan a gran parte de la humanidad. El guerrero de la luz piensa entonces que no merece lo que está recibiendo.
Cuando aprende a manejar su espada, descubre que su equipamiento tiene que ser completo, y eso incluye una armadura.
Sale en busca de su armadura, y escucha la propuesta de varios vendedores.
"Usa la coraza de la soledad," dice uno.
"Usa el escudo del cinismo," responde otro.
"La mejor armadura es no cubrirse con nada,” afirma un tercero.
El guerrero, sin embargo, no hace caso. Con serenidad, va hacia su lugar sagrado y se viste con el manto indestructible de la fe.
La fe detiene todos los golpes. La fe transforma el veneno en agua cristalina.
Su ángel susurra: “entrégalo todo.” El guerrero se arrodilla, y ofrece a Dios sus conquistas.
La entrega obliga al guerrero a dejar de hacer preguntas tontas, y eso le ayuda a vencer la culpa.
Y si, aun así, pensara que su recompensa es inmerecida, un guerrero de la luz siempre tiene una segunda oportunidad en la vida.
Como todos los otros hombres y mujeres, él no nació sabiendo manejar la espada. Erró muchas veces antes de descubrir su leyenda personal.
No hay hombre o mujer que pueda sentarse alrededor de una hoguera y decir a los demás: "siempre he hecho lo correcto.” Quien afirme tal cosa miente, y aún no ha aprendido a conocerse a sí mismo. El verdadero guerrero de la luz cometió muchas injusticias en el pasado.
Pero, al transcurrir la jornada, se da cuenta de que las personas con las que actuó de forma equivocada siempre vuelven a cruzarse con él.
Por eso, el guerrero de la luz tiene la impresión de vivir dos vidas a la vez. En una de ellas, está obligado a hacer todo aquello que no quiere hacer, a luchar por ideas en las que no cree. Pero existe otra vida, y él la descubre en sus sueños, lecturas y encuentros con gente que piensa como él.
El guerrero permite que sus dos vidas se vayan aproximando.
"Hay un puente que une lo que hago con lo que me gustaría hacer,” piensa. Al cabo de poco tiempo, sus sueños van cuidando de su rutina, hasta que siente que está listo para aquello que siempre quiso.
Entonces, basta un poco de osadía, y las dos vidas se transforman en una sola.
Es su oportunidad de corregir el mal que ha causado. Él la utiliza siempre, sin dudarlo.
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